4/04/2005

La muerte del papa.

Los canales de noticias cubrieron la agonía del papa con el riguroso morbo que los caracteriza. En Estados Unidos, tras la muerte de Terri Schiavo, la agonía y muerte del papa han servido de supuesto contraste moral. Los medios de comunicación repiten el mensaje de que el papa nos está dejando una lección sobre cómo morir, una respuesta a la muerte indigna de Terri Schiavo. Dicho mensaje es sumamente extraño, tomando en cuenta que el papa rechazó ir al hospital en dos ocasiones durante su agonía, con el fin de poder morir en paz, en el sitio de su elección, poniendo sus asuntos humanos en orden antes de partir. "Se lo ve tan sereno", ha dicho Fafnir pocas horas antes de la muerte del pontífice. A lo que Giblets, enemigo eterno del papa, ha respondido: "Sí, todos ellos están serenos en el fin: es parte del ciclo de vida de los papas". Es justamente la serenidad ante la muerte lo que a mí me conmueve, no la imposición moralista de la "cultura de la vida".

Yo no soy religioso, ni mucho menos católico (simpatizo mucho más con el universalismo unitario y con ciertas vertientes del judaísmo y el budismo), pero si lo fuera, estaría en la misma situación que la de Jo(e), quien se queja de la rigidez de la estructura jerárquica de la Iglesia. Las ovejas que desaprueban de los dictámenes del patriarcado no tienen voz ni voto en la Iglesia. Al final de cuentas es el papa quien ha elegido a prácticamente todos los cardenales que eligirán a su sucesor. Y ciertamente los cambios no ocurren con celeridad en la institución que esperó varios siglos para pedirle perdón a Galileo. La Iglesia no cambia, pero el mundo sí está cambiando, y en consecuencia el centro de gravedad de la comunidad católica se ha ido desplazando a Latinoamérica. Ojalá que la Iglesia continue haciendo bien las cosas que ha hecho bien. Pedir que abandone su mojigatería, su aversión a los condones, su machismo, etc., es pedirle peras al olmo.