8/29/2005

Como los mil demonios.

He dejado pasar un buen rato desde la última vez que me senté a escribir en este humilde diario. He tenido ganas de escribir un tanto más sobre la trilogía de Pullman, que he terminado de leer en el ínterim, pero no he tenido tiempo para sentarme a pensar cómo comunicar mis impresiones sin revelar la totalidad de la trama. Quizás en unos días la musa de la concisión me ayude a retomar el tema. Por el momento, abandonado por las musas, me valgo de los mil demonios que llevo dentro para escribir sobre un tema que me tiene bastante preocupado. Se trata de la nominación del juez John Roberts a la Corte Suprema de Justicia norteamericana.

Pese a que Roberts tiene credenciales impecables como abogado, y pese a que muchos en la oposición política lo consideran un hombre inteligente, decente, y muy agradable, la nominación constituye un giro a la derecha autoritaria en el órgano más liberal del gobierno norteamericano. Los nombramientos a la CSJ son vitalicios, con lo cual, de ser confirmado el juez Roberts, su presencia tendrá una influencia importantísima durante las próximas dos o tres décadas. Y este humilde servidor le tiene una aversión mucho más aguda al autoritarismo de la derecha conservadora que a la política económica del mismo grupo.

Lo terrible del caso es que esta es la fórmula que le rinde fruto a los republicanos: jugar la banderita del conservadurismo social, que tanto atrae a la gente sin educación, incluidos un número vergonzoso de inmigrantes latinoamericanos, y luego promover políticas económicas que reducen la movilidad social en la tierra de las oportunidades. Ya se verá que las próximas elecciones no serán sobre salud pública y seguridad social, sino sobre el matrimonio gay (¡viva España!), las plegarias religiosas en las escuelas públicas, el aborto, etc. Y lo peor del caso es que con Roberts en la corte, el movimiento conservador tendrá algunas victorias que celebrar a corto plazo.