9/01/2005

Ceguera.

Tras los ataques terroristas del 11 de septiembre, el gobierno norteamericano invirtió tiempo y recursos para asegurarse de que la respuesta a una futura crisis de magnitud semejante fuese mucho más eficaz. La tragedia de Nueva Orleáns era mucho más predecible que un atentado terrorista, y hubiese sido prudente que las fuerzas de rescate estuviesen en alerta desde el momento en que la evacuación de Nueva Orleáns fue ordenada. Pero no fue así. La guardia nacional está llegando a la ciudad tres o cuatro días tarde, y la gente en Nueva Orleáns está viviendo en carne propia la novela Ensayo sobre la Ceguera de José Saramago.

Terry Ebert, jefe de operaciones de emergencia de la ciudad de Nueva Orleáns ha dicho que la reacción de la agencia federal FEMA, principal encargada de las operaciones de rescate, es una desgracia nacional. Y el contraste es enorme entre la desesperación de las voces de las víctimas, abandonadas en el centro de Nueva Orleáns sin mayores provisiones ni atención, y la reacción de los oficiales, tan satisfechos de sí mismos, de la administración Bush, según los cuales nadie--repito, nadie--hubiese podido prever semejante crisis. A mí todo esto me parece sumamente curioso: al final de cuentas, prever las posibles consecuencias de un desastre natural que se ve venir es mucho más sencillo que prever las posibles consecuencias de un atentado terrorista. De hecho, horas antes de que el huracán golpeara la costa sur del país, un meteorólogo apareció en CNN explicando los riesgos que Nueva Orleáns enfrentaba.

Cuando un desastre natural se ve venir, y la evacuación de una ciudad entera es ordenada, lo mínimo sería que la guardia nacional estuviese en alerta máxima, dispuesta a ser transportada, con alimentos y medicinas, a dicha ciudad, tan pronto amaine la tormenta. Porque después de la tormenta no viene la calma. Insisto, uno pensaría que al menos a esta conclusión tendría que haber llegado la administración Bush tras tanto tiempo, dinero y recursos invertidos en la investigación sobre los yerros del 11 de septiembre.

Y ahora resulta que un número muy reducido de individuos se han apoderado de armas, y esporádicamente ha habido disparos dirigidos a la policía y a los helicópteros de rescate. La tragedia es que las operaciones de rescate son suspendidas cada vez que algún incidente de violencia produce alarma, y el tiempo discurre inexorable, y la gente muere. Un valiente reportero de la cadena MSNBC ha hecho lo imposible por informar a la población que la enorme mayoría de la gente atrapada en Nueva Orleáns no tiene nada que ver con estos incidentes de criminalidad. Es una verdadera tristeza, y una muestra de cobardía incomprensible, que algunos de los buses de rescate no han querido entrar a la ciudad por temor a las balas de un número reducidísimo de individuos desesperados. En una situación como la que atraviesa Nueva Orleáns, es un honor arriesgar la vida para salvar vidas.

Entretanto, el Centro de Convenciones de Nueva Orleáns, que alberga el mayor número de refugiados, está pareciéndose más y más al hospital de la novela de Saramago.

Aplausos de nuevo a Harry Connick Jr. por sus esfuerzos en la ciudad. Es hermoso que sea un músico, en una ciudad tan musical, quien haya asumido el rol de tranquilizar a la gente desesperada. Pero es una barbaridad que las autoridades federales hayan brillado, todo este tiempo, por su eminente ausencia.