Hoy K. me ha hecho recordar uno de los pasajes más bellos de la novela Slaughterhouse Five (Matadero Cinco), de Kurt Vonnegut. El libro es una hermosa reflexión sobre la insensatez de la guerra, y está basado en las experiencias del autor como prisionero de guerra en Dresden, durante la II Guerra Mundial, desde dónde presenció el infame bombardeo que destruyó dicha ciudad. El personaje principal, Billy Pilgrim, es un jovencito ordinario que un día se desprende del hilo del tiempo, artificio que le permite al autor tejer una novela fragmentada, con múltiples saltos en esa cuarta dimensión de nuestra experiencia humana. He aquí una pequeña muestra de la pluma de Vonnegut.
Billy miró el reloj que había sobre la cocina de gas. Tenía que matar el tiempo durante una hora antes de que llegara el platillo. Se fue a la salita balanceando la botella como si fuera una campana, se sentó en una butaca y puso en marcha el televisor. Entonces, tras haberse aislado ligeramente del tiempo, vio la última película, primero al revés, de fin a principio, y luego otra vez en sentido normal. Era una película sobre la actuación de los bombarderos americanos durante la Segunda Guerra Mundial y sobre los valientes hombres que los tripulaban. Vista hacia atrás la historia era así:
Aviones americanos llenos de agujeros, de hombres heridos y de cadáveres, despegaban de espaldas en un aeródromo de Inglaterra. Al sobrevolar Francia se encontraban con aviones alemanes de combate que volaban hacia atrás, aspirando balas y trozos de metralla de algunos aviones y dotaciones. Lo mismo se repitió con algunos aviones americanos destrozados en tierra, que alzaron el vuelo hacia atrás y se unieron a la formación.
La formación volaba de espaldas hacia una ciudad alemana que era presa de las llamas. Cuando llegaron, los bombarderos abrieron sus portillones y merced a un milagroso magnetismo redujeron el fuego, concentrándolo en unos cilindros de acero que aspiraron hasta hacerlos entrar en sus entrañas. Los containers fueron almacenados con todo cuidado en hileras. Pero allí abajo, los alemanes también tenían sus propios inventos milagrosos, consistentes en largos tubos de acero que utilizaron para succionar más balas y trozos de metralla de los aviones y de sus tripulantes. Pero todavía quedaban algunos heridos americanos, y algunos de los aviones estaban en mal estado. A pesar de ello, al sobrevolar Francia aparecieron nuevos aviones alemanes que solucionaron el conflicto. Y todo el mundo estuvo de nuevo sano y salvo.
Cuando los bombarderos volvieron a sus bases, los cilindros de acero fueron sacados de sus estuches y devueltos en barcos a los Estados Unidos de América. Allí las fábricas funcionaban de día y de noche extrayendo el peligroso contenido de los recipientes. Lo conmovedor de la escena era que el trabajo lo realizaban, en su mayor parte, mujeres. Los minerales peligrosos eran enviados a especialistas que se encontraban en regiones lejanas. Su tarea consistía en enterrarlos y esconderlos bien para que así no volvieran a hacer daño a nadie.
Los pilotos americanos mudaron sus uniformes para convertirse en muchachos que asistían a las escuelas superiores. Y Hitler se transformó en niño, según dedujo Billy Pilgrim. En la película no estaba. Porque Billy extrapolaba. Y se imaginó que todos se volvían niños, que toda la humanidad, sin excepción, conspiraba biológicamente para producir dos criaturas perfectas llamadas Adán y Eva.